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jueves, 26 de marzo de 2015
miércoles, 18 de marzo de 2015
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL EN EL PERÚ
En 1939
estalló la segunda guerra mundial, nuevamente se enfrentaron dos bloques
llamados:
El EJE: Alemania, Italia y Japón.
LOS ALIADOS: Inglaterra y Francia a los que se
sumaron Rusia y los Estados Unidos de Norte América.
La causa principal fue el afán expansionista de
Alemania.
En setiembre de 1939, al estallar la Segunda Guerra
Mundial, el presidente Oscar R.
Benavides se encontraba en los meses finales de su mandato, siendo sucedido
en diciembre de aquel año por Manuel
Prado. Si bien Benavides había mostrado alguna simpatía hacia el fascismo
italiano y español, Prado tenía una marcada preferencia tanto por Francia,
donde su familia había vivido largos años, como por Estados Unidos, cuya
creciente importancia mundial apreciaba debidamente. Para el Perú, como para el
resto de países latinoamericanos, el ingreso de Estados Unidos al conflicto
marcó un punto de inflexión con relación al mismo, que se tradujo en la ruptura
de relaciones con los países del Eje en enero de 1942. Desde setiembre de 1939
hasta dicho momento, el Perú fue formalmente neutral en el conflicto, pero éste
dejó sentir sus efectos en el país.
En setiembre de 1939, poco después de iniciadas las
hostilidades en Europa, los cancilleres
americanos se reunieron en Panamá para buscar la mejor manera de mantener la guerra alejada del continente.
En dicha reunión se acordó, entre otras medidas, establecer una zona marítima neutral de trescientas millas alrededor
del continente, con la obvia excepción de Canadá, que ya se encontraba
involucrado en el conflicto. Si bien los británicos se mostraron dispuestos
a aceptar esa medida, condicionaron esto a que fuese igualmente respetada por
los otros países beligerantes, y sólo por el periodo de la guerra, pues podía
implicar reclamaciones posteriores sobre la extensión de la soberanía marítima
de los países. En la práctica, la marina británica mantuvo una activa presencia
en la zona marítima neutral proclamada por los países americanos, llegando a
trabar combate con el acorazado alemán Graf Spee dentro de ella y en aguas
jurisdiccionales uruguayas, en lo que se conoce como la Batalla del Río de la
Plata, el 13 de diciembre de 1939.
El ingreso de Italia a la guerra, en junio de 1940,
seguido por la caída de Francia en poder de los alemanes, en julio de 1940,
implicó nuevos riesgos al continente, pues las colonias francesas en el Caribe,
así como las danesas y holandesas, podían convertirse en refugios para las
naves alemanas o italianas, y amenazar la zona defensiva acordada en Panamá. En
una segunda reunión realizada ese mismo mes en La Habana, cancilleres
americanos acordaron poner esas colonias bajo administración norteamericana,
declarando además que un ataque a cualquier estado del continente sería
considerado como un ataque a todos los estados americanos. También se ratificó
lo acordado en una reunión llevada a cabo en Uruguay, estableciendo que si una
nación americana se veía empeñada en una guerra defensiva contra una potencia
no continental, sería considerada por los otros estados como no beligerante.
El gobierno norteamericano procuró persuadir a los
gobiernos latinoamericanos para que nacionalizaran las líneas áreas alemanas e
italianas operando en sus países, estableciendo además un activo programa de
ayuda militar y un sistema defensivo para proteger el Canal de Panamá, que
implicó establecer bases y estaciones de observación en diversos países del
continente. Fruto de ello fue la cancelación del contrato de la misión aérea
italiana en marzo de 1940, y su reemplazo en octubre de ese mismo año por una
misión de aeronaval norteamericana, cuyo jefe, el coronel de infantería de
marina James T. Moore, fue nombrado comandante general de la aviación peruana.
Por su parte, el gobierno peruano proclamó su
neutralidad el 5 de setiembre de 1939, y cuatro días después dictó un
conjunto de medidas destinadas a evitar la violación de sus aguas
territoriales, vale decir, hasta tres
millas de costa. Dichas normas estipulaban que los capitanes de las naves
mercantes de los países beligerantes debían declarar en un plazo de
veinticuatro horas si sus buques eran auxiliares de sus respectivas armadas, a
fin de fijar el régimen que les correspondía, puesto que de serlo debían
abandonar el puerto en un plazo mínimo, mientras que si no lo eran podían
permanecer en él. Asimismo, para ser reabastecidos de combustible para
continuar con su viaje debían declarar sus existencias, y si se sospechaba que
efectuaban dicho pedido con otros fines sólo se les entregaría el combustible
necesario para llegar al primer puerto del país vecino, donde podrían
reaprovisionarse nuevamente. En caso que se comprobase que el combustible
requerido era para entregarlo a un buque de guerra de su nación o de uno de sus
aliados, se le negaría dicho reabastecimiento. Por otro lado, se prohibía a
todos los mercantes, nacionales o extranjeros, hacer uso de sus estaciones de
radio en los puertos, debiendo inhabilitarse esas instalaciones en caso que una
nave mercante fuera a permanecer en puerto más de veinticuatro horas.
La realidad era que si bien el gobierno peruano
mantenía formalmente su neutralidad, la causa aliada fue ganando creciente
simpatía en la medida en que se fueron difundiendo las atrocidades cometidas
por los nazis en los países ocupados. Desde el inicio de la guerra el diario La
Crónica había iniciado una campaña a favor de los aliados, sumándose al año
siguiente otros diarios como Universal, Excelsior¸ La Prensa y El
Intransigente, este último editado por el diputado Óscar Medelius. En la misma
línea actuaron algunos connotados intelectuales y hombres públicos peruanos,
como Dora Mayer de Zulen, el doctor Carlos Villarán, rector de San Marcos, y el
senador Ruiz Bravo; mientras que el entonces joven historiador Jorge Basadre,
los dos vicepresidentes de la República, tres senadores, tres diputados y el
alcalde de Lima, suscribieron una declaración el 25 de junio de 1940 en defensa
de la democracia y la lucha contra la agresión fascista.
En ese contexto, las legaciones y súbditos de los
países envueltos en el conflicto llevaban a cabo una sorda disputa por ganarse
a la opinión pública peruana. Como parte de esa disputa se exhibieron películas
de propaganda, que motivaron reiteradas protestas de la representación
diplomática que se sentía afectada. Uno de esos casos fue el de la película
británica The Lion has Wings, en marzo de 1940. Dirigida por Brian Desmond
Hurst y Alexander Korda, la película mostraba escenas del bombardeo de Kiel y
de la destrucción del Deutschland, generando un serio incidente en el que
participaron treinta tripulantes de los buques alemanes surtos en el Callao,
cinco por cada buque, y treinta miembros de la colonia alemana en Lima. La
legación alemana se encargó de organizar a ese grupo de manera que boicotearan
cada una de las presentaciones de la referida película, la primera de las
cuales tuvo lugar el tercer miércoles de marzo por la tarde. El grupo de
activistas alemanes logró hacerla detener a los diez minutos de iniciada la
función, en medio de silbidos y todo tipo de ruidos, repitiendo su accionar en
los dos días siguientes, pese a lo cual la película fue presentada
íntegramente. El sábado, la presencia de varios policías en la sala de
exhibición llevó a que algunos de los revoltosos fueran detenidos brevemente
luego que comenzaran a dañar las butacas, motivando que finalmente se
prohibiese una nueva exhibición de la película.
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